viernes, 22 de mayo de 2009

EL VAIVÉN DE LAS OLAS

-Te vas a quedar quietito y vas a esperar a que yo haga lo que tengo que hacer, me dijo.
Era una tarde de verano de esas bochornosas en las que el calor lo inunda todo y un grillo hacía sonar sus patas traseras, recuerdo que mamá me había contado que de esa manera emitían sus sonidos, como tantas veces yo me alejé de todo menos del grillo y comencé un diálogo interno que me parecía muy interesante, obviamente entre el grillo y yo, me contó que se sentía solo y como no iba a entenderlo a mí me pasaba muchas veces.
Que sus patas eran diferentes a las del resto y por ende el sonido que emitían, por esta razón nadie lo comprendía y le costaba encontrar una pareja para compartir sus días, de noche se escondía debajo de la escoba del lavadero y esperaba a que el día comenzara para salir de allí.
Papá me dijo que no me moviera y juro recordar que no lo hice, pero evidentemente no fue así, porque al cabo de un rato me gritó y aunque yo seguía ensimismado como solía decirle al médico, lo escuché y me dolió que me gritara porque estaba haciendo el esfuerzo de no moverme.
Mamá solía ser más paciente conmigo, casi nunca me gritaba, su voz era suave como una caricia, pero aveces lloraba y yo sabía que era a causa mía, el dolor que le provocaba sin intenciones por momentos la desbordaba, pero ella era más fuerte que el roble y tragaba sus lágrimas y las degustaba aún sabiendo que tenían el sabor de una amarga y lenta derrota.
Esa tarde mamá no estaba y por eso papá me cuidaba, hablaba con un hombre muy alto que yo me negué a saludar y aunque ese comportamiento me era característico, papá se disgustó mucho conmigo, al señor alto no pareció importarle.
Mi amigo el grillo siguió con su relato, y las voces de papá y del señor alto se esfumaron de repente, me conmovió el dolor que lo afligía tan parecido al de mamá y al mío cuando la veía sufrir, de golpe entendí que los dolores se parecen mucho aunque los causantes sean diferentes y ya no me sentí tan solo, ni tan único y especial.
-Te dije que no te movieras me gritó papá de repente, y el señor alto me miró con cara de no entender nada, luego papá se disculpó con él, pero el señor alto le dijo que se calmara y lo ayudó a sentarte en un sillón marrón, mientras le servía un vaso azul con agua, creo.
Yo estaba quietito como papá me dijo solo hablaba con el grillo pero mentalmente y nadie mas podía escucharme.
Mi vaivén es como el de las olas, van y vienen y yo voy y vengo con él. Recuerdo que tenía un amigo y con él compartíamos muchas historias, era el único que me entendía como si yo hablara un idioma diferente que compartíamos, íbamos juntos a la escuela pero el resto de los chicos y chicas no eran nuestros amigos, más por mí que por él, sin embargo él prefería el rechazo de ellos antes que rechazarme a mí, y yo en mi infinito silencio lo agradecía.
Papá se reincorporó y el señor alto le dijo que no se afligiera y que entendía su dolor y abatimiento, papá volvió a pedirle disculpas y me sorprendió, en mi corto entendimiento las disculpas me las debía a mí y no a ese señor extraño que nada tenía que ver con nosotros, pero papá no se disculpó conmigo y eso me dolió profundamente, yo estaba muy quieto o en todo caso el vaivén de las olas no era algo que pudiera controlar.
El grillo siguió rozando sus patas traseras, por un momento lo había olvidado, pobre grillo ni yo que era su amigo lo escuchaba, me quedé mirándolo con culpa, haciéndole entender que me interesaba su relato y prosiguió. Papá también me miraba y descubrió mis ojos fijos en el grillo. no sé por qué sin decir nada levantó su enorme pie y lo apretó con fuerza sobre mi insecto amigo, como si él fuera el responsable de mi ausencia. Mi corazón se deshizo en mil pedazos, mi amigo estaba muerto y el silencio era agobiante.
El vaivén de las olas se detuvo y yo me detuve con él, papá me miró largamente y lloró como un niño y yo lloré con él como un adulto.
El viaje en el auto fue silencioso, ninguno de los dos pronunció palabra, por primera vez en mi vida le tuve miedo y deseé que no fuera mi padre, yo creo que él en cambio muchas veces había deseado que no fuera su hijo.
Llegamos a casa y mamá nos estaba esperando, la abracé con todas mis fuerzas y el vaivén de las olas se hizo más intenso, hasta yo podía sentir las olas saliendo de mi cuerpo y golpear con fuerza el cuerpo de mi madre. Papá miraba el cuadro pero nada decía, ya no gritaba, el silencio también lo iluminaba, sólo me abrazó y me besó la frente.


Cintia Ceballos

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